“A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto..."
Así comienza el poema, cuya interpretación acompañó
a la degustación de estas fantásticas costillas asadas.
¡Cómo me gustan las recetas que se hacen, casi, casi
ellas solitas, en el horno!
Estas costillas solamente hay que adobarlas bien,
con tiempo; después meterlas en el horno y sacarlas cuando todo el mundo está
ya sentado a la mesa.
Con una ensalada y algo de guarnición, será una
comida completa.
Necesitamos:
Costilla de cerdo. Como es una pieza que tiene mucho
hueso conviene comprar generosamente, unos 300 ó 400 g por persona.
Hierbas aromáticas: orégano, romero, laurel.
Pimienta negra.
Sal, aceite de oliva y ½ vaso de vino blanco.
Empezamos adobando bien la carne, la noche antes o con unas
12 horas de antelación.
Las ponemos en la fuente o en la bandeja del horno
donde vayamos a hacer el asado y las embadurnamos bien con aceite,
orégano, unas cañas de romero fresco, unas hojas de laurel seco y pimienta
negra.
Las dejamos en el frigorífico hasta el momento de
meterlas en el horno.
Calentamos el horno a 220ºC, salamos las costillas y las metemos.
Dejamos como unos 30 minutos para que se sellen y agregamos el vino blanco,
bajamos la temperatura a 180ºC y nos olvidamos de ellas durante unos 45
minutos.
Pasado ese tiempo las damos la vuelta y las
dejamos otros 30/45 minutos que se hagan por el otro lado; el tiempo dependerá
del grosor de la carne, entre otras cosas. Puedes picharlas con un tenedor para
comprobar que entra bien.
Dejamos reposar 5 minutos dentro del horno y
servimos.
Yo las acompañé con un puré de patata y unos rollos
de calabacín; como a todos los asados de carne le va muy bien una ensalada
verde y fresca (la típica de lechuga y tomate, genial).
¡Y listo!
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