Lo que
os cuento hoy casi, casi no es una receta es más bien un cuento; sin hadas ni
dragones pero con una brujaaaa…yo.
La historia
empezó así:
Hoy mi
frutera, entusiasmada, me dijo nada más que entré en su establecimiento: “tengo
tomates kilómetro 0”.
A mi me
apeteció hacer un chiste malo (¿los has cultivado en la trastienda?) pero me
contuve a tiempo y le dije que me pusiera dos ni grandes ni pequeños, ni
demasiado duros ni demasiado maduros, ni mucho ni poco de nada.
Me los
traje a casa y ahí empezó el martirio para el pobre tomate.
Lo primero,
lavarlos bien bajo el grifo.
Lo segundo
hacerles una cruz con un cuchillo bien afilado en el lado contrario al del
pedúnculo.
Y seguido
meterlos, durante unos 30 segundos en agua hirviendo.
Del agua
hirviendo a un baño de agua helada con hielos.
¡Acabábamos
de empezar!
Cuando el
pobre tomate dejó de quemarme las manos, generoso él, pasé a despellejarlo…así
como suena. Podía ser más fina de deciros que le quité la piel pero en realidad
el resultado es el mismo.
Ahora “lo
pasamos a cuchillo”, dicho fino lo partir a trocitos.
Para que
no se sintiera tan solo ni pensara que era algo personal contra él piqué media
cebolleta.
¿Queso? que
más os guste pero mejor un queso asturiano, también de kilómetro 0.
Y colorín,
colorado aquí acaba el cuento del tomate que hoy cayó en mis manos.
Y como soy la bruja mala del cuento os diré que disfruté cada paso, jajaja.
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